Si hubo argentinos en La Plata no quedó muy en claro, salvo por algún par de banderas, una de ellas con un mensaje relacionado con los problemas domésticos: "Que vuelva Diego".
Pero lo realmente sorpresivo fue la magnitud del festejo paraguayo, el desborde, el intento de vuelta olímpica, por haber accedido apenas a las semifinales del torneo continental.
Al comienzo era todo verde y amarillo o blanco y rojo por sectores, con muchos abucheos y silbidos pero sin agresiones y con acuerdo tácito a la hora de hacer "la ola".
Los brasileños rabiaron cuando se fue Neymar y en general abuchearon a los que se iban reemplazados, tan impacientes como exigentes. Y los paraguayos pasaron de alentar a "Valdez" (el delantero Nelson Haedo Valdez) para cambiarlo por Justo (el arquero Justo Villar), sobre el final, instantes antes de los penales.
De parecidas costumbres al público argentino, los paraguayos más cercanos a un banderín de córner dedicaron toda su hostilidad al chico brasileño Neymar e incluso le arrojaron alguna botella de agua mineral.
Todos compitieron, eso sí, en el concurso de belleza femenina y las miradas varoniles eran atraídas tanto desde las huestes brasileñas como del lado del la parcialidad paraguaya. No faltaron incluso las muchachas ataviadas al estilo clásico de cada país y esa puesta en escena las hacía todavía más bonitas.
Terminó el alargue y el estadio, una maravilla arquitectónica que evoca escenarios de avanzada instalados en otras tierras, vibraba porque todos celebraban y se veían ganadores.
A nadie se le ocurría que se iba a ir triste en apenas un rato.Se vieron los infaltables rezos. Se escuchó gritar a rabiar. Se desplegaron elementos de seguridad por las dudas.Los brasileños asistieron atónitos a un espectáculo nunca antes imaginado ya que vieron cómo sus pateadores erraron la totalidad de los penales. El cero a cero resistió la primera tanda. Se gritó gol por primera vez después de dos horas de fútbol. Y ganó Paraguay.
Allí comenzó una celebración alocada, desenfrenada. Con un plantel completo que recorría de lado a lado el estadio, vivando a sus hinchas. Con torsos desnudos dentro y fuera del campo de juego.
Y con hileras de brasileños que habían enmudecido súbitamente, que se marchaban serios y con el rictus del llanto. Todo lo logró un partido de fútbol.
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